Dudacionistas

Reproduzco un texto con el que me topé ayer en cierto medio digital:

Yo no sé quién ha cometido la masacre [de Bucha] y soy consciente de que no lo voy a saber. Puedo inclinarme a pensar, qué sé yo, que han sido los rusos porque son muy fieros, o que es un montaje de los ucranianos porque esos vídeos los utiliza el gobierno para pedir armamento a Occidente, pero poco importa: sigue siendo una tragedia.

El párrafo es interesante por cuanto dibuja un arquetipo que ha devenido popular de un tiempo a esta parte: el dudacionista. 

El dudacionista, tan prudente, se define por su conciencia profunda de lo corruptible y aparente del mundo sensible. Sostiene que nada cierto puede saberse a través de los sentidos. De hecho, no hay nada cierto fuera del propio hecho dubitativo: el dudacionista no sabe, y si algo sabe, es que sabe que no va a saber. La conciencia dudacionista oscila entre la epistemología clásica, el método cartesiano y la neurosis solipsista.

Con estos mimbres, ¿qué puede saberse a ciencia cierta de la masacre de Bucha? El procedimiento dudacionista nos conduce a un lugar inevitable: ¿puede demostrarse que Bucha, Putin o Zelensky existan fuera de nosotros mismos? ¿Cómo saberlo? ¿No será Putin un espejismo de nuestro precario entendimiento? Y si Putin existe, ¿acaso puede decirse algo objetivo acerca de su naturaleza que no haya sido profanado por nuestros sentidos?

Pero aunque pudiera parecerlo, la trampa del dudacionista no es inocente: si resulta imposible conocer la realidad de Bucha sería injusto precipitarse en la búsqueda de culpables. El dudacionista, resignado, alcanza una conclusión: en todo caso “poco importa: sigue siendo una tragedia” [sic.]. El dudacionista se eleva por encima del hombre-masa y, regocijado en la duda, abraza la conciencia humanista absoluta, la justicia salomónica, ¡el universalismo cristiano!

Así, no hay en la guerra víctimas y victimarios, ni invasores e invadidos; sólo intereses contrapuestos y pobres figurantes que sufren sus consecuencias. Los civiles masacrados en Bucha no lo son por soldados concretos sino por los intereses abstractos de unos y otros.

El dudacionista, como el neurótico, invierte la carga probatoria insinuando escenarios inequívocos. ¿Acaso se ha probado la inexistencia una élite global entregada a la imposición de un sistema de vigilancia total a través de patógenos y vacunas nocivas? ¿Acaso puede descartarse que los centenares de cuerpos tendidos en Bucha no sean en realidad juerguistas ucranianos yaciendo después de un banquete que se fue de madre?

Pero no. La autoría rusa (et alii) de la masacre de Bucha parece clara. Si no fueran suficientes las revelaciones en tiempo real de docenas de periodistas independientes, la minuciosa pieza de investigación publicada por el New York Times, los testimonios de los vecinos que siguen de una sola pieza o las imágenes del satélite Maxar, todavía tenemos la certeza de que no sería éste el primer conflicto en que las brutalizadas tropas del Kremlin practican la limpieza sistemática de todo hombre en edad de empuñar un arma.

No debe extrañarnos que nada de esto sirva para convencer al dudacionista. Ya saben ustedes, como bien dijo nuestro Chesterton, que llegará el día en que sea preciso desenvainar una espada por afirmar que la hierba es verde. Pero para eso habría que reconocer, al menos, que la hierba existe.

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