España: ¿por qué no tenemos una derecha social?

Una de las grandes diferencias existentes entre el panorama político español y otros de nuestro entorno es que desde que en el año 1978 se instauró en nuestro país la democracia constitucional, la derecha, como sujeto político amplio y diverso, no ha encontrado un acomodo de carácter social, en el más estricto sentido de la palabra, al menos de cara a las masas votantes.

Como se explica muy bien en la entrevista a Antonio Castro Villacañas en el libro “Conversaciones sobre la derecha”, de Antonio Burns Marañón, desde los denominados sectores azules del franquismo de donde procedía por cierto el propio Adolfo Suárez se impregnó a las dos fuerzas mayoritarias del centro-derecha de la transición -la Unión de Centro Democrático y Alianza Popular- de cuadros de diferentes estamentos, como la Organización Sindical, con una alta sensibilidad social heredada a partes iguales de la Doctrina Social de la Iglesia y del pensamiento joseantoniano

Conocida es la anécdota de cómo Linicio de la Fuente, diputado de Alianza Popular, logró que prosperara una enmienda en la tramitación parlamentaria del texto constitucional que recogía “el acceso de los trabajadores a la propiedad de los medios de producción”. El propio diputado comunista Jordi Sole Tura, posteriormente ministro socialista de cultura en los gobiernos de Felipe González, reconoció que él no se habría atrevido a proponer algo así. Evidentemente no se trataba de una propuesta encaminada a estatalizar la economía, como pretendía una parte mayoritaria de la izquierda en esos momentos, sino a repartir la propiedad estableciendo que los trabajadores formaran parte del accionariado de sus empresas de tal forma que pudieran influir en los objetivos de esta y ser solidarios en sus resultados. Poco hay que sorprenderse de que el propio Castro Villacañas, en el libro de entrevistas señalado anteriormente, se definiera a sí mismo “como un hombre de izquierdas, de la izquierda del franquismo”. 

Otros casos son el de Cantarero del Castillo, que fundó el grupo de “izquierda” falangista ‘Reforma Social Española’ e hizo carrera como diputado y senador a las órdenes de Manuel Fraga o los de los sectores democristianos de Alzaga que recalaron en el Partido Demócrata Popular y que confluyeron en la refundación del PP de 1989, liderados por discípulos de Manuel Jiménez Fernández o Ruíz Jiménez y los Cuadernos para el diálogo.

Pero volviendo a las diferencias con otros ambientes políticos conservadores de nuestro entorno, solo hay que fijarse la mirada en dos países muy cercanos: Francia e Italia. La tradición gaullista francesa influye de forma transversal todo el espectro político galo. Además, es innegable que en el centro derecha el poso del pensamiento soberanista en lo económico se solapa con las tendencias más anglosajonas de la derecha y hace que la fuerza del solidarismo católico en el mundo sindical sea algo a tener en cuenta. De ahí que la conversión del Frente Nacional -sobre todo cuando los soberanistas de izquierdas procedentes del entorno de Chevenement con Florian Phillipot a la cabeza trabajaron mano a mano con Marine Le Pen- sea la primera opción de la clase trabajadora, sustituyendo a la izquierda en los bastiones obreros y sea la preferencia de las clases populares de las grandes ciudades. El pensamiento transversal de la “nouvelle droite” que difunden las publicaciones herederas del GRECE de Alain de Benoist ayuda también a ello. 

Por su parte, en Italia la influencia de la corriente denominada específicamente “destra sociale” hace que en todo el espectro de la derecha “post-fascista” y del mundo popular democristiano exista un contrapunto a las tesis mercantilistas de Berlusconi estructurado a través de los Frattelli de Italia, liderados por Giorgia Meloni, primera fuerza en las encuestas con un proyecto que integra a esa corriente junto al conservadurismo clásico y las nuevas tendencias populistas europeas.

Entonces, ¿Cómo es posible que en España de aquél franquismo sociológico, cuya existencia nadie puede negar, no haya surgido y se haya mantenido en el tiempo una derecha social comprometida con un modelo de bienestar social ajeno a los parámetros neoliberales que coparon el pensamiento conservador a principios de los 80, que hoy en día siguen siendo hegemónicos?

Solo pueden encontrarse razones en que ese franquismo sociológico de inicio de la transición estuviera ya mayoritariamente influenciado o cooptado por dos decenios del poder tecnocrático del Opus y de otros sectores que hacían que los sectores azules o más sociales del franquismo tuvieran un espacio apenas testimonial en los sindicatos verticales. Además, la necesidad de sobrevivir políticamente a la transición “obligó” a la derecha post-franquista a ponerse en manos de quienes le garantizaban los recursos para progresar: la CEOE y las grandes empresas que, en el caso de AP, influyeron para que el conservadurismo social de sus inicios en Reforma Democrática fuera homologable a los planteamientos que Reagan y Thatcher impulsaron y que fueron el germen del neoliberalismo como seña de identidad de la derecha.

Otra razón algo polémica es esa tabla rasa que se hizo en la Transición con los cuarenta años de dictadura que incluía, ya fuera de forma consciente o inconsciente, negar o no recordar cualquier elemento distintivo en positivo de lo que acaba de terminar frente a lo que estaba llegando. Hablando en castellano claro, que las políticas de vivienda, industriales o la protección social en el mercado laboral eran antiguas y por tanto rechazables frente al mercado libre y la desregulación que no traía la imparable incorporación al mercado común europeo. La posmodernidad parece que llegó incluso antes o al menos a la vez a la derecha que a la izquierda.

Hay que señalar que de un tiempo a esta parte existen tribunas mediáticas e intelectuales, aún de minoritaria difusión e influencia, pero creciendo de forma paulatina, que sí están lanzando mensajes y propuestas para la recuperación de una derecha social y que autores como Chesterton o Belloc se han convertido en referentes de cabecera, con amplio impacto mediático gracias a pequeñas editoriales que están haciendo un gran esfuerzo, algo impensable en un pasado reciente. 

La teoría distributista, junto con otras que fácilmente emanan del pensamiento corporativo español, aparecen como respuestas muy actuales a problemas como la necesaria defensa del medioambiente o a la incompatibilidad de la verdadera propiedad privada con la existencia de oligopolios. Estas iniciativas están sirviendo -sufriendo la incomprensión cuando el ataque de los think thank ultra liberales- de banderín de enganche para que mucha gente conozca y se reconozca en un pensamiento conservador que no pasa necesariamente por las escuelas de negocio, la gomina y los mocasines y que puede hablar de tú a tú a la izquierda en todos los aspectos; los culturales, por supuesto, pero también los económicos. Pensamiento conservador que es incluso un polo de atracción para muchos compatriotas desencantados con el posmodernismo hegemónico del pensamiento progre(sista) y que, como señalan muchos de los ahora acusados de “rojipardos” por la izquierda del sistema, piensan que la defensa de la familia, la protección, los valores de respeto y convivencia en una comunidad o la existencia de un conservacionismo medioambiental y la defensa del mundo rural lejana del onegeismo de postal son parámetros sobre los que poder discutir, pero sobre todo confluir. 

Señalaba Jaume Reves en su artículo “Diego Fusaro: ¿una izquierda de derechas?”, publicado en Centinela, que “la izquierda anda perdida en debates sobre eutanasia y leyes trans, mientras el común de los mortales ve cómo su salario mengua, su trabajo es cada vez más precario y la factura de la luz crece de forma inexplicable”. Ahí es donde una derecha no solo con sensibilidad social, sino con respuestas a los problemas inmediatos de las clases más desfavorecidas tiene un amplio camino que recorrer.

En la actualidad, los programas políticos de la derecha española, en sus versiones PP o Vox -también pasaba con Ciudadanos- no se salen casi nunca de los márgenes de las escuelas de pensamiento económico más radicalmente liberales, impulsando en el caso de Vox la batalla cultural a la izquierda en aspectos simbólicos como puede ser la condena de la inmigración ilegal por cuestiones culturales o de convivencia, pero pasando de largo, o al menos de puntillas, por los que se refieren al deterioro del mercado de trabajo por el abaratamiento de la mano de obra y al uso de la misma por una parte del empresariado para poner topes salariales a los trabajadores españoles: ¿alguna vez se ha oído a la CEOE o a las asociaciones de autónomos criticar la llegada de mano de obra barata y sin derechos extranjería a nuestro país? Ahí se puede entender por qué la derecha obvia de forma pública esa realidad que viven y conocen millones de españoles.

Mientras en Francia e Italia, volviendo a los dos ejemplos cercanos señalados con anterioridad, la derecha no solo plantea un programa de protección social ambicioso y la defensa de la soberanía política y económica frente a los mercados globalizados y no solo en las fuerzas de la llamada derecha alternativa o más extrema sino también en amplios sectores de la derecha clásica y apoyan, avalan y promueven sindicatos de masas ligados al conservadurismo o a la tradición católica que participan en la vida de los trabajadores, en España incluido de momento el sindicato recién creado por Vox el programa político de la derecha se mueve cotidianamente en parámetros de exaltación de la libertad en todos sus aspectos. Y parafraseando con disculpas a aquel revolucionario ruso de nombre Vladimiro… si no hay soberanía política y económica y no hay una amplia protección social ¿libertad para qué o mejor dicho para quién?

ÓSCAR CEREZAL ORELLANA

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